En la década del 2000, la Argentina sufrió la sequía más fuerte de las últimas 7 décadas. En ese contexto, era esperable que la cantidad de animales por unidad de superficie —o carga animal— también disminuyera, acompañando la menor disponibilidad de alimento. Un estudio reciente en 67 partidos ganaderos del país mostró que entre 2001 y 2009, la producción de forraje cayó, pero la carga de vacunos, en general, aumentó. Este incremento obedeció mayormente a una retención de animales en la misma superficie ganadera. Los investigadores especularon que los productores conservaron la hacienda en pos de mejores resultados económicos. La sustentabilidad de los pastizales podría verse afectada.
Gonzalo Irisarri, docente de la cátedra de Forrajicultura de la FAUBA, resaltó que en épocas de sequía, como la que ocurrió en todo el planeta en los años 2000, la producción forrajera en ambientes ganaderos cae notablemente. Esto debería reducir la carga animal en tales ecosistemas. “La teoría y los modelos de simulación coinciden en que la carga animal debería disminuir con la caída de la producción de materia seca. Si bien hay acuerdo en este sentido, lo interesante es que, hasta ahora, nadie lo había puesto a prueba a partir de datos concretos, lo cual representó un experimento natural único”.
“La idea fue estudiar la relación entre la carga animal y la producción de forraje en la Argentina durante la primera década de este siglo. Y lo pudimos hacer porque, por un lado, en los últimos 20 años, nuestro grupo de trabajo progresó mucho en estimar la producción de materia seca a partir de satélites. Por otro lado, porque para ese período tenemos los datos anuales del número de vacunos en el país, que surge de las vacunaciones contra la aftosa”, señaló Irisarri, quien también es investigador del Conicet en el LARTE-IFEVA (Conicet-UBA).
El docente explicó que en el trabajo que publicó en la revista Agricultural Systems junto con Martín Oesterheld, docente de la cátedra de Ecología de la FAUBA e investigador del Conicet, la escala elegida fue el partido o departamento. “Después de un proceso cuidadoso de selección, nos quedamos con los 67 donde se realiza mayormente ganadería vacuna, ubicados en La Pampa, Buenos Aires, Entre Ríos, Corrientes y Santa Fe”.
“Tal como esperábamos, la producción de materia seca disminuyó prácticamente en todos los partidos o departamentos. Pero cuando miramos la carga animal, el resultado fue completamente distinto: aumentó en el 76% de los casos. Este resultado es muy novedoso y nos sorprendió, ya que marcó un verdadero desacople entre la producción de forraje y la cantidad de animales por hectárea. Evidentemente, otro factor estaba jugando un rol regulando la carga animal, y ese factor fue probablemente el económico”, afirmó Gonzalo.
¿Quién tiene la vaca atada?
Irisarri sostuvo que las decisiones que tienen que ver con factores como la proporción del área que se destina a agricultura o ganadería y con los precios de los commodities también juegan un rol en la definición de la carga animal. “Si el precio de la soja, por ejemplo, es ventajoso, el productor puede optar por destinar superficie ganadera a la agricultura. En ese caso, según el destino que les dé a las vacas, la carga en el campo podría aumentar, tal vez con efectos negativos sobre otros componentes del ambiente, siempre y cuando no haya otras fuentes de energía en juego”.
“En realidad, el análisis puede ser más complejo”, dijo Gonzalo, y agregó que si los precios en el mercado ganadero también fueran convenientes, puede suceder que los productores decidan suplementar a sus vacas o, incluso, aumentar la superficie de pasturas en las rotaciones, lo que moderaría la presión sobre los pastizales. También podría suceder que aunque aumente el área para agricultura, parte de esa agricultura se use para alimentar a las vacas.
“Esto es difícil de cuantificar —aseguró el investigador—, pero será necesario hacerlo para, por ejemplo, llevar a buen puerto las discusiones sobre los efectos de la ganadería sobre el calentamiento global, un eje clave en discusiones sobre políticas públicas para tomar mejores decisiones en el futuro”.
De la agronomía a la política
Irisarri destacó que durante una emergencia agropecuaria por sequía se deben tomar muchas decisiones tanto desde lo estrictamente técnico-agronómico como desde lo político, y para ello es fundamental contar con información objetiva y de calidad. “Actualmente, existen tesis de doctorado en marcha y grandes esfuerzos del Ministerio de Agricultura, Ganadería y Pesca por tener datos sólidos sobre la superficie agrícola y por cultivo a nivel país, y de la producción de materia seca por tipo de recurso forrajero”.
“En nuestro trabajo vimos que los 67 partidos o departamentos presentaron una variabilidad enorme en la producción de forraje. Ese es un dato básico para, por ejemplo, que el Estado Nacional o los provinciales definan dónde es más conveniente realizar aportes económicos en épocas de sequías intensas. La cuestión es que nosotros entendemos bien los sistemas desde el punto de vista biofísico, pero no desde el político”, afirmó el docente.
Por último, Irisarri manifestó que, desde su punto de vista, el sector académico debe impulsar a los decisores políticos a que consideren más la información científica que se produce. “Va a ser importante reunirnos para mostrarles y explicarles nuestros avances en este tema. En una eventual emergencia agropecuaria, en vez de hacer que los técnicos de distintas provincias confronten para demostrar a quién perjudicó más la sequía —como suele suceder—, podríamos lograr una mirada común en la que entren en juego algunas de las herramientas que generamos”, finalizó.
Por: Pablo A. Roset / SLT-FAUBA