Un enamorado de la naturaleza, que dividía su pasión entre el cielo y la tierra. En sus inicios se acercó a la astronomía, pero terminó recibiéndose de ingeniero agrónomo. José Jauregui es un amante del paso, tal es así que su formación doctoral y de posgrado siempre estuvo enfocada a entender cómo funciona el pasto en interacción con el rumiante.
“Me gustaban las vacas, siempre me apasionó el rumiante en general y empecé a encontrar también ahí la ventaja adaptativa que tienen”, inició su charla con TodoAlfalfa.
Se definió como un “apasionado del pasto”, porque entendió: “ahí es donde está el mayor activo del rumiante, es el único animal o uno de los pocos, capaz de transformar el pasto, un producto de muy bajo valor para el ser humano indigestible, en productos de alto valor biológico”.
Jauregui es una persona que recorre no solamente diversos sectores del país, sino que también lo hace por Sudamérica y el llamado primer mundo. “Yo creo que en Argentina tenemos un nivel de subutilización del recurso forrajero muy grande”, aseguró y lo comparó con Nueva Zelanda donde “el pasto es el foco”.
Puntualmente sobre el país de Oceanía, explicó: “está aislado de otros lugares del mundo, entonces también tiene otras dificultades para acceder a suplementos, o incluso para poder sembrar maíz que nosotros tan fácil hacemos crecer”.
Según Jauregui, los obstáculos llevan a que Nueva Zelanda haga “mucho foco” en el pasto, con un proceso de intensificación de sistemas, pero habiendo hecho “toda la tarea previa” con el pasto.
De esta manera, de acuerdo con el profesor adjunto, el país alcanzó “techos productivos” lo que significa que un sistema sin riego puede alcanzar las 16, 17 toneladas de materia seca de pasto. Trasladado a nuestro país, será de 10 toneladas. “Además, ellos se comen entre 10 y 12 toneladas de pasto por hectárea y nosotros nos comemos 5”, aseguró.
Comprar es odioso e injusto y Jauregui lo sabe, pero contrapone también el trabajo realizado en Australia. “Con las dificultades climáticas y su esquema productivo, también nos supera ampliamente por lo menos un 50% más, – explicó Jauregui – entonces uno ve que esos países han hecho la tarea en términos de potenciar la producción de pasto a diferencia de nuestros sistemas, donde es visto como un condimento”.
“Decimos que nuestros sistemas ganaderos y lecheros muchos son pastoriles, pero en la composición de la dieta, el 40% es pasto”, remarcó y aclaró que el problema no es el porcentaje, sino la baja productividad por hectárea.
En muchas ocasiones, el sistema se anualiza, pasando a maíces, sorgos. “Un maíz, en cinco meses, te da 12, 13, 14 toneladas de materia seca, y vos en un año te comiste 6 de alfalfa”, ejemplificó.
Ahí es donde Jauregui apuntó a la “oportunidad” y pidió ver el vaso medio lleno: “Nos quedan por lo menos 4 o 5 toneladas más de pasto que podríamos producir y, sobre todo, cosechar. Ese es el desafío de nuestro sistema productivo comparado con otros”.
Además, aseguró que, en la década del 90, Argentina sembraba alrededor de 4 millones de hectáreas; hoy estamos por debajo del millón y medio. “La superficie cayó por lo menos a la mitad”, agregó.
¿A qué responde eso?, a los cambios mencionados anteriormente según el entrevistado: “Si vos mirás la dieta promedio de una vaca, a la par que cayó la superficie de alfalfa, lo que aumentó fue la superficie de silo, y fundamentalmente silo de maíz”.
Además, explicó el especialista y docente de la UNL que se compensa el “hacer mal el pasto”, porque entiende que no se hizo la tarea que corresponde en fertilización. “Se hace muy artesanal contra un híbrido de maíz con todos los chiches”, aseguró Jauregui.
“Si hacemos la pastura y el cultivo bien, van a ser perfectamente competitivos entre sí. Entonces lo que falta es un poco de decisión del productor”, indicó. Luego fue autocritico, y reconoció que los asesores también tuvieron “un rol preponderante” para que ello suceda.
Entiende que se buscó facilitar el trabajo entrando a cortar una vez al año un maíz, antes que entrar a cortar 10 veces una alfalfa, la logística, toda la operativa. “Hemos pecado en ser demasiado simplistas”, apuntó.
Continuó analizando la situación y reclamó “decisión técnica” y “reglas de juego un poquito más claras”. ¿En qué sentido? “Por ahí cuando hay demasiados vaivenes, es lo lógico, pero cuando cambian constantemente las reglas de juego, cuando abrimos un mercado, cerramos un mercado, cuando ponemos precios máximos, cuando hacemos todos esos manejos, eso tiene impacto y el productor tiende a pensar mucho más en el corto plazo”, se lamentó.
El problema es la falta de planificación: “Siembro un maíz y en seis meses lo cosecho, a diferencia de si se planifica una pastura que son tres años, cuatro años.”
Apostar a una producción “con todos los chiches”
Este amante del pasto busca perfeccionar el sistema pastoril y aportar a la discusión para que sea parte de la dieta, considerada con la importancia que entiende merece. “Basta de sembrar genética vieja y en muchos casos ilegal, comprando semillas al vecino lo que condiciona muchísimo la producción”, reclamó Jauregui.
“Yo no imagino a nadie yendo a comprar un maíz hijo de híbrido al productor que lo cosechó al lado y que siembre un maíz medio pelo. Nadie lo hace, todos siembran el híbrido”- enfatizó y agregó – “en forrajeras en general, pero en alfalfa en particular, que generalmente estos años secos ha sido fácil de cosechar, muchos dicen voy a cosechar esto y siembro lo que venga”.
“El paquete tecnológico que hoy estamos usando en alfalfa, usualmente es antiguo y no vemos a este cultivo como uno agrícola”- se lamentó Jauregui y luego remarcó – “y lo es, solo que tiene 9 o 10 ciclos de corte”.
Dejar de romper ciclos y hacer rotación
En esa apuesta de los productores por simplificar los sistemas ya sea por la facilidad, por la falta de políticas a largo plazo o de estabilidad muchas veces no sé dio continuidad a lo que indica la agricultura moderna.
“Durante gran parte de la historia los sistemas rotaban con ganadería y con agricultura, entonces la pastura era parte de la rotación” – apuntó – “sin embargo cuando empezamos a simplificar en una separación que hacemos los seres humanos, la naturaleza no, en zonas agrícolas, zonas ganaderas o zonas mixtas, empezamos a romper ciclos; del fósforo, de nitrógeno, de nutrientes, del agua, etc”.
Para el ingeniero agrónomo, la pastura podría cubrir un rol muy importante en devolver lo que se extrajo en esa producción intensiva.
¿Para qué? Para recuperar un poco el suelo, para mejorar la estructura, para mejorar la infiltración. Entonces, según Jauregui, tiene muchas ventajas también incorporar un recurso perenne como alfalfa a un sistema agrícola.
“Por supuesto habrá que verlo en la ecuación, pero pensemos que, muchas veces cuando hacemos los análisis económicos, ¿Qué pasa con la materia orgánica que perdemos, qué costo tienen esos nutrientes que tenemos que reponer y no reponemos?”, se preguntó. Meter un cultivo perenne como una pastura puede ayudar parcialmente a recuperar esa estructura y ese suelo, autocontestó el ingeniero agrónomo.