No es una regla de oro, pero son muchos los casos en los que los hijos siguen el designio familiar y heredan la profesión o el trabajo de sus padres, que muchas veces incluso recibieron el mandato de generaciones anteriores. Pasa con los abogados, los escribanos y otras actividades para las que hay que recorrer las aulas de una facultad; pero mucho más se da en el campo, donde el amor por la tierra, la ganadería y los cultivos se mama desde chico cuando toda la familia está volcada a la producción.
Darío Pizzolato no fue una excepción, y bien orgulloso está de haber seguido los pasos de su papá Raúl, quien desde siempre trabajó codo a codo con su hermano Luis para forjar el destino familiar. Será por eso que ahora que Raúl ya no está y Luis se fue retirando de a poco, Darío hizo una alianza muy fuerte con su hermana Karina y su primo Carlos para hacerse cargo de los negocios, una sociedad que contempla la actividad ganadera y agrícola en el Valle del Conlara.
Pero la historia no empezó en San Luis, sino en Córdoba. Con el campo, por supuesto, pero con la apuesta por un tambo al que las sucesivas crisis de la Argentina terminaron arrastrando por el precipicio por la falta de un precio adecuado para la leche en la tranquera y la inseguridad que acarreaba distribuir los quesos en Buenos Aires, donde tenían muchos clientes que pagaban muy bien.
“Somos de Cintra, un pueblito de mil habitantes que está a 30 kilómetros de Villa María, en plena cuenca lechera cordobesa. Yo me crié entre las vacas del tambo que tenía mi familia, que hacía buenos quesos, muy reconocidos. El problema era la rentabilidad, mucho sacrificio para poca ganancia, la lechería tiene la industria muy concentrada y a los tambos pequeños les cuesta mantenerse, hay que tener muchas reservas. Y además, mi papá y mi tío habían armado un buen circuito comercial en Buenos Aires, pero había muchos robos, se puso difícil la cosa y decidieron levantar todo hace más de 10 años”, recuerda Darío, un joven de 32 años que estudió una tecnicatura en Administración de Empresas y fue aprendiendo de la mano de los mayores los secretos de la producción.
La relación de los Pizzolato con San Luis comenzó como tantas otras en los últimos 30 años. “Vinimos de vacaciones y a mi viejo le gustó la provincia, sus autopistas, el wifi, la disponibilidad de agua, se dio cuenta que había mucho potencial, que estaba todo por hacerse. Eso lo entusiasmó mucho”, destaca el productor, quien de todos modos reconoce que “hubo momentos muy buenos y otros muy malos en estos años”. También hay problemas: “Tienen que ver con las distancias, ya que la zona núcleo y los puertos quedan lejos, lo que complica toda la logística; y también sufrimos la falta de repuestos, tenemos que ir hasta Río Cuarto o a San Luis capital, que quedan más o menos a la misma distancia”, enumera.
Del tambo al feedlot
“Del tambo pasaron a armar un feedlot en Santa Rosa del Conlara, que de entrada tuvo 300 cabezas. Fue un sacrificio enorme, pero dio sus frutos porque hoy estamos cerca de los mil animales, a pesar de que el momento del engorde no es el mejor por los costos. La invernada está muy cara, nadie quiere desprenderse de los terneros y después el animal para faena no vale tanto. Pero le seguimos metiendo para adelante”, asegura Darío, quien deja una definición tajante: “No dejaría San Luis por nada, a pesar de que sigue habiendo cosas para mejorar, es una provincia sensacional. Acá sentís la cercanía del Estado, de los funcionarios, podés hablar con un jefe de programa, incluso con un ministro. En Córdoba eso es inimaginable, es cierto que es una provincia seis veces más grande, pero no llegás a nadie con poder de decisión de alto nivel”.
La cuarta generación de los Pizzolato (el tambo lo arrancó su bisabuelo en la década del 60) tiene bien divididas las tareas. Darío se encarga de la agricultura y las tareas tercerizadas, ya que también brindan servicios de picado; Carlos está al frente de la ganadería y Karina es la administradora, lleva todos los papeles. “En realidad es una cadena, todos dependemos de todos, pero así nos funciona bien. Yo no sé qué hace mi primo con las vacas, y él no se mete en los lotes de maíz, hay respeto y confianza. Es un trabajo en equipo”, define.
Sobre aquellos comienzos duros, Darío asegura que empezaron de cero. “No teníamos contactos en San Luis, nadie te fiaba nada, pero salimos adelante, nos hicimos fuertes”, dice. Hoy tienen 780 hectáreas en Santa Rosa del Conlara, a pocos metros del arco que limita con Córdoba sobre la autopista 55, otras 350 en Concarán; y además alquilan 700 en Alto Pelado y 2.400 cerca de la capital puntana. En cuanto a los cultivos, como es habitual en San Luis, predomina el maíz (400 hectáreas), pero también tienen 150 de alfalfa, 100 de soja y 100 de sorgo, para estar bien diversificados.
En ganadería, hacen recría y engorde, pero no cría, aunque en el futuro no lo descartan “para aprovechar el monte”. El feedlot alguna vez tuvo hotelería, pero ya no, solo engordan los animales propios y tratan de que la agricultura alcance para todos. “Los corrales, a pesar de los problemas de coyuntura, son un ahorro. Se vende bien el gordo en verano acá, al revés de lo que pasa en Buenos Aires”, comenta Pizzolato.
Con el clima ideal
El productor cree que su papá y su tío dieron con una zona muy buena para la agricultura. “El clima es ideal, acá casi no hay viento, ni granizo”, dice mientras oficia de guía por los corrales, donde la gran mayoría de la hacienda es de raza Hereford. Eso sí, este enero se presentó complicado, aunque por suerte llovió justo cuando las reservas de agua se estaban agotando. “Nos quedaban 15 días, después iba a ser un drama”, reconoce.
Igual, ellos son previsores, algo que según Darío forma parte de “la cultura del tambo”. Son así con la maquinaria, con el alimento y con la alfalfa, el gran reaseguro de la empresa. “Tenemos almacenado alimento en los silobolsas para dos años, hoy están comiendo lo producido en 2019”, relata con satisfacción, mientras que de fondo se ven unos diez enormes bolsones de lona blanca y una vista de las sierras de los Comechingones que es soñada.
Será por eso que los animales lucen una espléndida condición corporal pese a la seca que castiga al campo argentino. “Tienen una ganancia diaria en el feedlot de 1,4 kilo, el promedio general con la recría incluida es de 1,2. Entran con 200 kilos y se van como novillos de 400”, destaca, para agregar que venden esa carne en Mendoza, San Luis y Buenos Aires. Consultado sobre si está en los planes exportar carne a Europa, Pizzolato reconoce que le gustaría: “Podríamos hacer animales para encuadrar en la Cuota 481, pero se necesita mucha espalda financiera. Mejor ir de a poco, más adelante se verá”.
El feedlot fue una experiencia nueva para ellos, que recién arrancó en 2013. Pero comparado con la complejidad de manejar un tambo, le parece mucho más sencillo. “Lleva menos empleados, acá tenemos 10, todos vecinos del valle. En cambio el tambo requería de 40, con los problemas que tenía sacar la leche, los turnos de ordeñe, las pariciones y la necesidad de alimentar las vacas”, reconoce con alivio.
La organización de los corrales
Compran los terneros en los remates de San Luis Feria y Ganadera del Sur, aunque la tendencia actual es recurrir a vendedores particulares, para bajar costos. “Hoy la gente llama para vendernos, antes teníamos que salir a pedir por favor”, asegura Pizzolato. Los corrales están perfectamente divididos, los hay para los machos y para las hembras, algo que no es caprichoso: “Ellas se engrasan más rápido, entonces hay que darles menos maíz”. En total, hay seis, porque también están separados por kilajes. Muelen y envasan maíz, más silo de alfalfa y expeller de soja para las raciones, lo que conecta la agricultura con la ganadería.
“En la recría a campo les damos sorgo con algún verdeo de invierno, que puede ser centeno o avena. Ahí los tenemos hasta los 300 kilos, después van a la terminación a corral los últimos 60 días”, agrega el productor, que cuenta con toda la maquinaria que necesita, porque no dudan en invertir las ganancias: tolva, tractor, picadora y mixer. “Con los números de hoy, los mejores negocios son la empresa de picado y la alfalfa”, dice sin dudarlo.
780 hectáreas tienen en Santa Rosa del Conlara, donde está el feedlot. Además, explotan otras 350 en Concarán y alquilan 700 en Alto Pelado y otras 2.400 cerca de la capital puntana.
La relación con Alfazal
En materia de alfalfa tienen una estrecha relación con Alfazal, la firma de San Luis Logística que brinda servicios a los productores. “Cultivamos los grupos 7 y 8, para ir probando cuál se adapta mejor. Alfazal viene al campo a cortar seis veces por año y nos asesora para lograr el mejor porcentaje de proteína bruta, ya que estamos en el programa que exporta a Medio Oriente. Resulta de gran ayuda, Federico Costanzo y Alejandro Vergés son profesionales excelentes, que están siempre a disposición. Por el servicio se quedan con la mitad de lo producido, pero la otra mitad se la vendemos también, porque pagan bien”, detalla Darío.
La firma se llama Campo Grande y tiene campos a ambos costados de la autopista que conduce a Villa Dolores. En Santa Rosa está el feedlot y hay lotes de maíz; mientras que en Concarán tienen soja, sorgo, tanto granífero como para picar, y la alfalfa, que -quedó dicho- es la estrella del firmamento agrícola. Aunque Darío también está muy conforme con el sorgo en esta campaña: “Nos rinde 4.000 kilos por hectárea y la verdad es que la pegamos, porque apenas llueve un poco se recupera de los períodos de seca. Al resto de los cultivos les cuesta más”.
Apenas uno ingresa al campo de Concarán también se divisan 50 hectáreas de moha, un cultivo de servicio que es antecesor de la alfalfa y también les dio buen resultado para aportar a la dieta del ganado, ya que aporta fibra y complementa a la pastura principal. Los lotes de alfalfa los levantan cada cinco años, van a maíz para picado y luego vuelven a la alfalfa.
En cuanto a rindes, siempre pensando en la irregularidad que provoca el clima, el maíz en esta campaña estaría en los 5.000 kilos por hectárea, mientras que la soja aspira a unos 2.000 kilos. “Siempre son promedios, la oleaginosa dio 1.000 kilos en 2019 y 3.000 el año pasado, que tuvo lluvias muy importantes en enero”, aclara Pizzolato, quien está en el Grupo CREA del Valle del Conlara, donde aprende mucho: “Lo que ellos hacen un año, si resulta, yo lo replico al siguiente”.
En un pequeño campo, el más cercano al límite con Córdoba, también hay dos borregos y 65 ovejas, que carnean cuando llegan a los 10 o 12 kilos para vender los corderos a los restaurantes de Merlo. “Comen pasturas naturales y la chaucha del algarrobo, que es muy nutritiva; y si hace falta les damos rollos de alfalfa”, comenta el productor, que siguió orgulloso el mandato familiar y siente que está continuando el sueño de su papá, que fue “un emprendedor con todas las letras, mi guía permanente. Todo lo que se ve acá es realidad gracias a él”.
Por Marcelo Dettoni / Eldiariodelarepublica.com